martes, 19 de noviembre de 2013

Joe

- Hi chico, ¿Como te va?, adelante y siéntate.

- Buenas tardes Sr Norton, como sabe vengo por el puesto de mozo en la granja.

- Si, lo se, tu madre me dijo que querías emprender el buen camino y trabajar duro.

- Si señor. Ya va siendo hora que coopere en mi casa y más en estos tiempos tan malos que pasamos por la Depresión.

- Bien, joven, aprecio en serio a tu madre, la preciosa Mary Joe, ayy …¡Lástima que no me eligiese a mí como esposo!. Luego tu apuesto padre le salió un poco rana y se largó.

- Si señor, eso pasó, por eso quizá esté necesitado de un hombre que me guíe, eso dice Ma siemrpe “Una mano mas dura de un hombre es lo que necesitarías, jovencito” No se casa de repetírmelo.

- Y si, tiene razón. En esta granja se os trata con cariño y se os recompensa, pero también llevo una férrea disciplina, como es debido.

No tardé en descubrirlo. Las dos primeras semanas trabajé duro y quise ganarme el afecto del capataz y del Sr Norton, pero mi voluntad empezó a flaquear y un día me sorprendieron en horas de trabajo fumando en el granero tumbado sobre el heno. Harry el capataz dio parte al Sr. Norton que me llamó a su despacho.
-Y bien, jovencito, ¿Es que no has aprendido a que se debe cumplir las obligaciones laborales?, ¿Es que no te tratamos bien, damos buena comida y una paga razonable…? Me has defraudado mucho. Acabo de hablar con tu madre aprovechando que pasé cerca de tu casa y me ha recomendado que utilice las disciplina necesaria para encarrilarte.

- Harry, déjanos solos de momento que este muchacho y yo tenemos que tenar una larga charla.

- Y tú, ya puedes quitarte los pantalones y los calzones y ponte a cuatro patas sobre ese alargado taburete.

- Pero, pero…

- ¡Sin rechistar!

El Sr. Norton emanaba una autoridad natural, que quizá yo en el fondo anhelaba, así que automáticamente le obedecí. Estaba rojo hasta las orejas, con todo mi trasero al aire y en esa posición, imaginando que vería todas mis partes de joven machito sin recato. Tenía sensaciones contradictorias, pues si bien me sentía humillado tratado así como un mozalbete, sentía excitación ante la mirada del apuesto Sr. Norton. Pronto mi polla comenzó a estar erecta, disimulándose algo debido a mi postura en cuatro, erección que a su vez me avergonzaba mas.

El Sr Norton se acercó y en su tono campechano propio de un ganadero, dijo mientras palpaba sin recato mis nalgas, separándolas como comprobando el terreno: “Vaya vaya, que potrillo más saludable, buenos cuartos traseros, buen ojete,. Acto seguido cogió mis testículos en su mano como sopesándolos, notando sin duda la dureza de mi polla, y siguió comentando: Si señor, muy sano, habrá que enseñarle respeto y disciplina.

Acto seguido me cogió del brazo y levantándome, me guió hasta una silla en la que se sentó, procediendo a colocarme sobre su regazo. Al estar de pie un momento pudo apreciar la enorme erección que ya tenía en ese momento, y sonriendo socarronamente, con su mano la coloco hacía arriba antes de colocarme sobre sus duros muslos en los que había colocado una toallita que tenía a mano sobre su mesa. Por lo visto estaba bien preparado para disciplinar traviesos sin sufrir desagradables incidentes. Su manota comenzó a caer acompasadamente en mis dos redondas nalgas una y otra vez. Me escocía de verdad y el culo pronto me comenzó a arder y ponerse como un tomate maduro. Sabía como zurrar el muy…… Tras más de diez penosos minutos, me hizo levantar. Para entonces mi pene estaba a media asta, pues por lo visto con el calor del culete, la sangre se había trasladado, aunque aprecié algunas humedades en al toallita que él tenía en su regazo. Colorado como un tomate, tomé de nuevo posición como me ordenó en el taburete a cuatro patas, y me comunicó que aún quedaba la tunda de cinturón, que consideraba necesaria para que no olvidase la lección. Dicho esto, giré mi cabeza, y le vi desabrocharse su enorme cinturón de vaquero, vi como lo doblaba y oí como comprobaba contra su palma de la mano su consistencia,

Me indicó que procediese a contar los azotes y dar las gracias tras los mismos, so pena de repetir el correazo que no contase. Debía decir “Uno, señor, gracias señor”. La tunda duró 30 correazos interminables, de los cuales 5 fueron de propina por no dar las gracias educadamente tras los mismos. Al finalizar el culo me echaba chispas o esos sentía yo. Me dejó reincorporarme y sin pensarlo me puse a dar saltitos por el despacho y a frotar las nalgas. Debía ser gracioso verme así, saltando yo y mis huevos y también mi pene que de nuevo se había puesto erecto. Tras un par de minutos, me ordenó ir al rincón y esperar con las manos en al nuca a que me levantase el castigo, y así reflexionar sobre mi actitud.

Esa noche, en la soledad de mi aposento, he reconocer que por la enorme excitación tuve que pajearme a lo bestia. Mi vida en la granja ganadera siguió, no siendo este mi único castigo. Aprendí a ser más dócil y trabajador, respetuoso de los mayores y a ser un hombre de provecho

Joe Lemond
Oklahoma , mayo de 1930


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